Por: Señorita Pepis / Agosto 2014

Diez de la mañana, multitud de periodistas esperan en los pasillos de la primera planta del Ayuntamiento de Barcelona la llegada de los restos mortales del rey de la rumba catalana, Pedro Pubill Calaf, fallecido a los 79 años en la barcelonesa clínica Quirón, después de que en el mes de julio le detectaran un cáncer de pulmón.
Él mismo se encargó de comunicarlo a sus fans: “Por experiencia sé que una enfermedad como esta hay que afrontarla con entereza y optimismo. ¿No era acaso yo quien cantaba que es preferible reír que llorar y que así la vida se debe tomar? Pues en ello estoy.” “Así que por ahora no me veréis en los escenarios, pero en breve habrá canciones nuevas”. Y así ocurrirá, porque pronto aparecerá un disco con los temas que Peret ha estado componiendo hasta que murió.
Muchos familiares acogieron la llegada del féretro, escoltado por la guardia urbana de gala, y le acompañaron al frío Salón de Cent del Ayuntamiento de Barcelona, donde se instaló la capilla ardiente. Durante una hora cerraron las puertas y los familiares velaron el cuerpo del artista en la intimidad, para abrirlas al público después.




El ferétro estaba instalado en el centro de la sala, con tapa de cristal que dejaba ver el cuerpo inerte del artista, rodeado de coronas de flores. A los pies, dos guitarras, una hecha de claveles y la otra era la que tocaba en todos sus conciertos.
Dos mujeres frente a frente, una la de toda la vida compartiendo 57 años de matrimonio y dos hijos Pedro, que mantenía una malísima relación con su padre, y Rosa. Fuensanta Escudero, Santa (“su Santa” cuando la amaba … en otra época) y santa también para los amigos, que a lo largo de su recorrido con el artista ha demostrado serlo más allá de su nombre. Más que sentada, se antojaba tirada con desgana. Estaba encorvada, triste, casi sin lágrimas ya, escondiendo su mirada detrás de unas gafas de sol, en los pocos momentos que se las quitaba para secarse alguna lágrima, transmitía una profunda tristeza mirando al féretro del que fue su hombre.


En perfecta diagonal, una jovencísima, guapa y rubia muchacha (que por edad apenas aparentaba 30 años y que podía ser hija de Santa y de Peret dos veces). Lloraba desconsoladamente y, para sorpresa de muchos, a excepción de los muy allegados que conocían su existencia porque Peret siempre la presentaba como “mi señora”, resultaba ser Roberta, la mujer brasileña que compartía la vida del cantante desde hacía seis años. Una chica “discreta y preparada que lo cuidaba mucho”.


Sí, esta chica era el presente del cantante y pedía su sitio en el funeral, y lo consiguió. Sentada en primera fila entre familiares, llamaba la atención por su desconsuelo. Los que la tratan dicen que “si, que está enamorada de Peret, vivían juntos en Mataró y no estaba con él por su dinero, porque precisamente la situación económica del maestro no era muy boyante”. Peret, que decía que le encantaban los jóvenes y él a ellos, hasta lo cantaba en alguna de sus canciones, como en Borriquito… “Soy el más querido/Soy el preferido/De la juventud /Les canto a las chicas»… etc. Siempre se rodeaba en vida de jóvenes.
Tiempo ha tuvo Peret cuando a los 73 años vivió una pasión que lo llevó a abandonar su hogar para irse con otra joven gitana, amiga de la familia y de nombre Cristina, que por entonces tenía 19 años. Efectivamente, le gustaban jóvenes. Pasado un tiempo, el artista abandonó a la joven para volver junto a Fuensanta.
Recuerdo que en 1998, cuando Jordi Hereu era alcalde de Barcelona, entregó a Peret la Medalla de Oro al Mérito Artístico del Ayuntamiento de Barcelona, precisamente en la sala donde ahora exponen su cuerpo. Fuensanta le acompañó. Fue su primera aparición pública, después de que el cantante dejara a su amante Cristina. En segundo plano, como parece que ha vivido siempre, la recuerdo tímida, casi avergonzada, muda, sentada discretamente, esbozaba una tímida sonrisa cuando loaban las proezas personales y profesionales del rumbero catalán. Hacía poco que los medios corazoneros habían publicado imágenes del cantante paseando con su joven amor…..y ahora, una vez reconciliado con su Santa, ella ocupaba el lugar que por justicia le correspondía. Peret cantó y en algunos momentos la miraba con alegría, pero ella parecía que no estuviera allí.


Esa felicidad de la reconciliación duró lo que un destello de flash… poco, muy poco, porque Peret, de nuevo de enamoró…. de otra, claro está. Porque si a la mirada picarona del artista y su talante embaucador le añadimos cuatro compases de guitarra y dos golpes de mano, el cóctel le convertía en un chulito encantador. Él decía que no era un seductor y que sólo se comportaba de una manera natural.
Debió de sufrir mucho esta mujer gitana, religiosa y dedicada al cuidado de su casa y de sus hijos y de la que Peret nunca se separo legalmente. Fue amiga hasta el último minuto de la vida del cantante.
Muchos admiradores del artista hicieron cola desde primera hora de la mañana para despedirse de su ídolo. Menos, quizá, de los que se esperaba, porque la media de edad del público que le despidió formaba parte de la generación del artista. Algunos, con sus nietos de corta edad en sus brazos, señalaban el féretro y hacían que la criatura le tirara un beso; pero también jóvenes en shorts y algunos turista que no paraban de preguntar: Who’s he?
Aparecieron algunos políticos, entre ellos el alcalde Trias. También Artur Mas, el president, fue uno de los primeros en llegar. Lo tenía fácil, pues solo tuvo que cruzar la plaza de Sant Jaume. Quiso agradecer con su presencia la labor del artista y su integración en la cultura catalana. Nuria Feliu, Marina Rosell, Dyango, Lucrecia, Maruja Garrido, Ramon Grau y Toni Pelegrin, del grupo Los Manolos y algunos más, dieron el último adiós a Peret.


Cuánto tiempo ha pasado desde que el niño Pedro acompañaba a su padre en la venta de tejidos. Nacido en Mataró, tuvo una infancia muy feliz, no fue mucho a la escuela, pero aprendió a leer en plan autodidacta. Él decía que lo hacía interpretando los rótulos publicitarios. Muy pronto empezó a tocar la guitarra y a cantar. Alternaba su incipiente carrera artística con multitud de trabajos, pero seguía vendiendo telas (ocupación que le llevo a Argentina) y trabajó de carpintero, chatarrero, etc .
Peret, que ostenta el título de inventor de la rumba catalana, con permiso de Antonio González “El Pescailla”, la interpretaba como nadie. Fue compositor, actor guitarrista, cantante productor y pastor evangelista. Su carrera como intérprete fue imparable, tanto a nivel nacional como internacional. Grandes éxitos que traspasaron fronteras, como “Una lágrima”, “Gitano Antón” y “Borriquito”, de la que vendió un millón de discos sólo en España.

El éxito lo alterno con películas de poca calidad, pero muy comerciales “A mí las mujeres ni fu ni fa”, “Que cosas tiene el amor”, “El Taxi de lo líos», “Amor a todo gas” etc. Hizo cameos en taquillazos de la época, como “Las 4 bodas de Marisol” y algunas más. Participó en el Festival de Eurovisión, clausuró los Juegos Olímpicos de Barcelona y estaba como se dice en la “cresta de la ola”.
Y en pleno éxito, cuando nadie lo esperaba, desapareció. Le invadió la fe y abandonó su carrera artística para dedicarse de forma exclusiva a la Iglesia Evangelista de Filadelfia. Ya no fue Peret, sino el hermano Pedro, y a partir de ese momento sólo cantaría para Dios. Nueve largos años tardó Peret en perder esa fe, que se le fue como le vino, de repente.
Cuando dejó de creer, se lanzó al ruedo de la vida como un toro de Miura, dispuesto a comérselo todo. Después de tantos años de retiro espiritual, cuidando enfermos, predicando y creyendo en el altísimo de una manera desaforada, le invadió una decepción mayúscula que le hizo no dejar de creer en Dios, pero si en los hombres que le representan en la Tierra. Debió de ser un momento de frustración importante para él, porque fue cuando se replanteo su futuro y volvió a su carrera con más fuerza que nunca y dispuesto a saltarse las normas y a vivir el presente como lo sentía.
Empezó donde la había dejado, y con trabajo resurgió el éxito, porque sus fans no le habían olvidado. Poco antes de morir, había grabado su último disco. Y, como no podía ser menos de este hombre con un gran sentido del humor, pidió a sus familiares que su funeral lo celebraran con una gran fiesta, y que en ella cantaran dos de sus canciones preferidas y muy adecuadas para la ocasión: “El muerto vivo” y “Porque yo me iré», una de sus primeras composiciones. Algunas estrofas de la letra dicen: “El mundo baila conmigo / y cuando vaya a dejarlo/ deseo que mis amigos/ me digan adiós cantando».
Y así ha sido, según su voluntad, además de que le enterraran en el nicho familiar, junto a su abuelito.